Recopilación de los microcuentos que he escrito en Twitter a lo largo de 2018. Aquí todos los del mes de marzo.
Nos queríamos tanto que nos daba miedo molestar al otro, dar un paso en falso. Nos queríamos tanto que nos distanciamos, por nuestro bien. No volvimos a echar la vista atrás, nos avergonzaba afrontar nuestros sentimientos. Nos queríamos tanto… que nos perdimos.
Llamó sin preguntar y se quedó como una inquilina más. Rondaba por todos los rincones, fría, distante, pero con ese halo que sabes que jamás te abandonará. Era paciente, esperaba sin desesperar. Sabía que, al final, tendrías tiempo para ella. La muerte era eterna.
La tormenta se llevó consigo el odio, la furia, la venganza y el rencor. Se llevó la belleza y las sonrisas, se llevó las lágrimas y la ilusión. La tormenta se lo llevó todo, y cuando volvió la calma por fin vio con claridad que ese amanecer era solo para ella.
Basta de intentar proteger a quien no quiere ni necesita ser protegido. Basta de señalar con superioridad moral, de intentar imponer ideas. Basta de etiquetar a "buenos" y "malos" con un simplismo pueril. Basta de fomentar esta peligrosa sociedad de extremos. Basta.
La noche terminó. Las farolas se apagaban a su paso mientras la fría brisa recorría las calles al amanecer. Los primeros rayos de sol encendían la madrugada en medio del silencio roto por el sonido de los tacones en la acera. Sus lágrimas caían bajo las gafas de sol.
La belleza de sus palabras traspasó su corazón, se habían convertido en la más hermosa melodía, en el placer más infinito. Su alma ya solo se alimentaba de su voz. No dormía, no comía, no podía vivir sin ellas. Pero un día llegó el silencio. Y murió la poesía.
Guardaste ese lugar en tu corazón, lo cuidaste, lo cerraste con llave para que nadie entrara sin tu permiso. Pasó el tiempo, mucho tiempo, quizá demasiado. Tanto que perdiste la llave. Ya no sabías cómo abrirlo. Y un día, sin previo aviso, alguien entró y te lo robó.
Detrás de cada una de sus palabras había un veneno que se inyectaba directamente en su corazón, maltrecho y malherido de tantas mentiras, que sobrevivía por el convencimiento de que ahí fuera debía haber algo mejor esperando, en algún momento y en algún lugar.
Inquieta soledad, que recorre todos los estados entre tristeza y alegría, descanso y ansiedad, luz y oscuridad. Temible soledad, ruidosamente silenciosa, rotundamente deseada e indeseable. Preciosa soledad, pintada de colores, sinónimo de libertad. Extraña soledad…
Se detuvo el viento, se hizo el silencio. Dejó de escuchar su voz, olvidó todos sus recuerdos. Congeló el tiempo, se cortó la respiración. No había nada que pudiera hacer. Nadie le había preparado para este momento. No se podía cambiar. Y sin embargo, era inevitable.
La realidad no era realidad dentro del sueño, pero el sueño era su única verdad. Todo lo que había vivido y sentido dentro del sueño era lo único que conocía. ¿Quién iba a decirle que eso no era verdad? ¿Quién le despertaría para decirle que su realidad era mentira?
Las horas pasaban rápido, el reloj no se detenía. Los minutos, los segundos corrían sin cesar, nadie podía pararlo. Y, de repente, se detuvo el tiempo. No tenía sentido luchar contra él. Era el mismo para todos, siempre te alcanzaba. La vida no era contrarreloj.
Todo mi mundo se derrumbó y tú no estabas. Desapareciste cuando te necesité. Tus promesas se perdieron en el aire, tu memoria practicó el olvido y tus palabras dejaron de tener significado. Fuiste egoísta. Pero me levanté, pasé por tu lado sin mirar, y te dejé atrás.
Nadie nos dijo que el final del camino llegaba cuando ya no había nada que aprender. Nadie nos dijo que la muerte no llegaba con el final de la vida, sino con el final de la experiencia. Nadie nos dijo que el amor acabaría con nosotros.
Había un rayo de luz en su mirada cuando todos ya habían perdido la esperanza. Su dulce sonrisa hacía creer. Para algunos puede que eso no cambiara nada el resultado, pero para otros esa señal de lucha hasta el final significaba mucho más que la simple lógica.
Había un abismo que los separaba pese a estar tan cerca. Una distancia que no se podía medir, solo entendible en lo rápido que podía latir su corazón. Una distancia en miradas esquivadas, en encuentros imaginarios, en besos que no existen. Una distancia inalcanzable.
Preso de sus pensamientos, preso de sus sentimientos, las sombras anidaban en cada rincón de su memoria. Con miedo y desprecio, sin luz ni solución. Cerraba los ojos y soñaba con despertar. Pero la terca realidad se opuso a su libertad. Eterno preso de su conciencia.
Había un monstruo egoísta que se escondía entre las sombras y se comía el alma de las personas. Su afilada lengua rasgaba cualquier autoestima, y se creía por encima del bien y del mal. Era un monstruo aterrador, que con sus palabras destruía corazones humanos.
Las luces se apagaron y todo terminó. En medio del silencio sonaba siempre la misma canción. Afuera, la lluvia esperaba poder borrar las huellas de la soledad. El destino abría el camino a ninguna parte porque no había a dónde ir. Un final era, simplemente, un final.
No te preocupes, pase lo que pase encontrarás tu camino. Disfruta. Sonríe. El mundo te pertenece, la vida puede dormir triste una noche, pero siempre vuelve un nuevo amanecer. Cada día es una nueva página en blanco por escribir. Todo está por hacer. Y se puede hacer.
Le había robado el corazón y sabía que no se lo devolvería. Maldijo sus palabras amables, su insultante belleza y su eterna sonrisa, que le encadenaban a ella como un preso a su celda. No había peor condena que convivir con la persona amada sin ser correspondido.
Sueños eran aquellos que dormidos pensábamos que nunca se harían realidad. Sueños imposibles, sueños que olvidábamos al despertar. Sueños eran aquellos que perseguimos alguna vez, que alguien nos dijo que eran una estupidez. Sueños que hoy por fin vivimos...
Sabían que vivían una gran mentira, pero esa mentira les hacía felices. La verdad dolía y no les servía para creer en un mañana. Pero entonces, ¿qué era la verdad? ¿Por qué la verdad era mejor que la mentira? ¿Quién salía dañado realmente de esa mentira?
La venganza y el odio era más fácil que pensar. Prefería seguir su instinto más básico y animal que la racionalidad que le hacía humano. Toda una vida odiando para, al final, darse cuenta de que no sirvió de nada. Ni para él, ni para los que odiaba.
El día que nos conocimos entre risas nerviosas y miradas furtivas. El día que hablamos durante toda la noche. El día que nos besamos por primera vez, casi sin querer. El día que nos fuimos juntos, lejos. El día que comprendimos que había que decir adiós…
La distancia que separaba sus corazones no tenía nada que ver con su ubicación. Podían estar a tan solo unos centímetros y su distancia ser abismal. Porque su distancia se media en alma, en esencia, en sentimiento, en ese lazo invisible que les unía. O les alejaba.
La imaginación se había dormido. De repente, su mente estaba en blanco. No había nada más allá de sus ojos. La pared era, simplemente, una pared. Las personas, solo personas. Si no podía pensar más allá, la vida ya no tenía sentido. La realidad le había devorado.
Todas las cicatrices que quedaron en la piel y en la memoria, rasgadas por el dolor de cada gloriosa derrota y de cada sufrida victoria. Recuerdos de una vida que le hizo morder el polvo una y otra vez, pero en la que siempre se volvió a levantar. Hoy también.
Oír pero no escuchar. Nos acostumbramos tanto al ruido que ya no distinguimos lo que se dice por decir de lo que se dice con sinceridad. Ya no escuchamos. Oímos continuamente quejas, insultos, mentiras, odio. Ruido. Y no escuchamos cuando alguien nos habla de verdad.
En un cielo lleno de estrellas, destacaba la luna. En un cielo lleno de nubes, no destacaba el sol. Quizá la luna necesitaba de las estrellas para brillar. Quizá el brillante sol deslumbrara demasiado como para poder admirarle. Quizá no había lugar para los dos…
Llamó sin preguntar y se quedó como una inquilina más. Rondaba por todos los rincones, fría, distante, pero con ese halo que sabes que jamás te abandonará. Era paciente, esperaba sin desesperar. Sabía que, al final, tendrías tiempo para ella. La muerte era eterna.
La tormenta se llevó consigo el odio, la furia, la venganza y el rencor. Se llevó la belleza y las sonrisas, se llevó las lágrimas y la ilusión. La tormenta se lo llevó todo, y cuando volvió la calma por fin vio con claridad que ese amanecer era solo para ella.
Basta de intentar proteger a quien no quiere ni necesita ser protegido. Basta de señalar con superioridad moral, de intentar imponer ideas. Basta de etiquetar a "buenos" y "malos" con un simplismo pueril. Basta de fomentar esta peligrosa sociedad de extremos. Basta.
La noche terminó. Las farolas se apagaban a su paso mientras la fría brisa recorría las calles al amanecer. Los primeros rayos de sol encendían la madrugada en medio del silencio roto por el sonido de los tacones en la acera. Sus lágrimas caían bajo las gafas de sol.
La belleza de sus palabras traspasó su corazón, se habían convertido en la más hermosa melodía, en el placer más infinito. Su alma ya solo se alimentaba de su voz. No dormía, no comía, no podía vivir sin ellas. Pero un día llegó el silencio. Y murió la poesía.
Guardaste ese lugar en tu corazón, lo cuidaste, lo cerraste con llave para que nadie entrara sin tu permiso. Pasó el tiempo, mucho tiempo, quizá demasiado. Tanto que perdiste la llave. Ya no sabías cómo abrirlo. Y un día, sin previo aviso, alguien entró y te lo robó.
Detrás de cada una de sus palabras había un veneno que se inyectaba directamente en su corazón, maltrecho y malherido de tantas mentiras, que sobrevivía por el convencimiento de que ahí fuera debía haber algo mejor esperando, en algún momento y en algún lugar.
Inquieta soledad, que recorre todos los estados entre tristeza y alegría, descanso y ansiedad, luz y oscuridad. Temible soledad, ruidosamente silenciosa, rotundamente deseada e indeseable. Preciosa soledad, pintada de colores, sinónimo de libertad. Extraña soledad…
Se detuvo el viento, se hizo el silencio. Dejó de escuchar su voz, olvidó todos sus recuerdos. Congeló el tiempo, se cortó la respiración. No había nada que pudiera hacer. Nadie le había preparado para este momento. No se podía cambiar. Y sin embargo, era inevitable.
La realidad no era realidad dentro del sueño, pero el sueño era su única verdad. Todo lo que había vivido y sentido dentro del sueño era lo único que conocía. ¿Quién iba a decirle que eso no era verdad? ¿Quién le despertaría para decirle que su realidad era mentira?
Las horas pasaban rápido, el reloj no se detenía. Los minutos, los segundos corrían sin cesar, nadie podía pararlo. Y, de repente, se detuvo el tiempo. No tenía sentido luchar contra él. Era el mismo para todos, siempre te alcanzaba. La vida no era contrarreloj.
Todo mi mundo se derrumbó y tú no estabas. Desapareciste cuando te necesité. Tus promesas se perdieron en el aire, tu memoria practicó el olvido y tus palabras dejaron de tener significado. Fuiste egoísta. Pero me levanté, pasé por tu lado sin mirar, y te dejé atrás.
Nadie nos dijo que el final del camino llegaba cuando ya no había nada que aprender. Nadie nos dijo que la muerte no llegaba con el final de la vida, sino con el final de la experiencia. Nadie nos dijo que el amor acabaría con nosotros.
Había un rayo de luz en su mirada cuando todos ya habían perdido la esperanza. Su dulce sonrisa hacía creer. Para algunos puede que eso no cambiara nada el resultado, pero para otros esa señal de lucha hasta el final significaba mucho más que la simple lógica.
Había un abismo que los separaba pese a estar tan cerca. Una distancia que no se podía medir, solo entendible en lo rápido que podía latir su corazón. Una distancia en miradas esquivadas, en encuentros imaginarios, en besos que no existen. Una distancia inalcanzable.
Preso de sus pensamientos, preso de sus sentimientos, las sombras anidaban en cada rincón de su memoria. Con miedo y desprecio, sin luz ni solución. Cerraba los ojos y soñaba con despertar. Pero la terca realidad se opuso a su libertad. Eterno preso de su conciencia.
Había un monstruo egoísta que se escondía entre las sombras y se comía el alma de las personas. Su afilada lengua rasgaba cualquier autoestima, y se creía por encima del bien y del mal. Era un monstruo aterrador, que con sus palabras destruía corazones humanos.
Las luces se apagaron y todo terminó. En medio del silencio sonaba siempre la misma canción. Afuera, la lluvia esperaba poder borrar las huellas de la soledad. El destino abría el camino a ninguna parte porque no había a dónde ir. Un final era, simplemente, un final.
No te preocupes, pase lo que pase encontrarás tu camino. Disfruta. Sonríe. El mundo te pertenece, la vida puede dormir triste una noche, pero siempre vuelve un nuevo amanecer. Cada día es una nueva página en blanco por escribir. Todo está por hacer. Y se puede hacer.
Le había robado el corazón y sabía que no se lo devolvería. Maldijo sus palabras amables, su insultante belleza y su eterna sonrisa, que le encadenaban a ella como un preso a su celda. No había peor condena que convivir con la persona amada sin ser correspondido.
Sueños eran aquellos que dormidos pensábamos que nunca se harían realidad. Sueños imposibles, sueños que olvidábamos al despertar. Sueños eran aquellos que perseguimos alguna vez, que alguien nos dijo que eran una estupidez. Sueños que hoy por fin vivimos...
Sabían que vivían una gran mentira, pero esa mentira les hacía felices. La verdad dolía y no les servía para creer en un mañana. Pero entonces, ¿qué era la verdad? ¿Por qué la verdad era mejor que la mentira? ¿Quién salía dañado realmente de esa mentira?
La venganza y el odio era más fácil que pensar. Prefería seguir su instinto más básico y animal que la racionalidad que le hacía humano. Toda una vida odiando para, al final, darse cuenta de que no sirvió de nada. Ni para él, ni para los que odiaba.
El día que nos conocimos entre risas nerviosas y miradas furtivas. El día que hablamos durante toda la noche. El día que nos besamos por primera vez, casi sin querer. El día que nos fuimos juntos, lejos. El día que comprendimos que había que decir adiós…
La distancia que separaba sus corazones no tenía nada que ver con su ubicación. Podían estar a tan solo unos centímetros y su distancia ser abismal. Porque su distancia se media en alma, en esencia, en sentimiento, en ese lazo invisible que les unía. O les alejaba.
La imaginación se había dormido. De repente, su mente estaba en blanco. No había nada más allá de sus ojos. La pared era, simplemente, una pared. Las personas, solo personas. Si no podía pensar más allá, la vida ya no tenía sentido. La realidad le había devorado.
Todas las cicatrices que quedaron en la piel y en la memoria, rasgadas por el dolor de cada gloriosa derrota y de cada sufrida victoria. Recuerdos de una vida que le hizo morder el polvo una y otra vez, pero en la que siempre se volvió a levantar. Hoy también.
Oír pero no escuchar. Nos acostumbramos tanto al ruido que ya no distinguimos lo que se dice por decir de lo que se dice con sinceridad. Ya no escuchamos. Oímos continuamente quejas, insultos, mentiras, odio. Ruido. Y no escuchamos cuando alguien nos habla de verdad.
En un cielo lleno de estrellas, destacaba la luna. En un cielo lleno de nubes, no destacaba el sol. Quizá la luna necesitaba de las estrellas para brillar. Quizá el brillante sol deslumbrara demasiado como para poder admirarle. Quizá no había lugar para los dos…