viernes, 28 de diciembre de 2018

Microcuentos 2018: febrero


Recopilación de los microcuentos que he escrito en Twitter a lo largo de 2018. Aquí todos los del mes de febrero.



Se despertó en mitad de la noche, todo estaba oscuro bajo el único amparo de la tenue luz de luna. Las sombras hacían que la silla del escritorio pareciera formar una inquietante figura. Su corazón dio un vuelco cuando se movió. Allí había alguien que no debía estar.

Tuvieron tiempo de perderse y volver a encontrarse. De amarse hasta la asfixia y de odiarse con una sonrisa; de engañar en silencio y gritar las verdades que más duelen. De lo que no tuvieron tiempo fue de cerrar esas heridas que nunca dejaron de estar abiertas.

¿Qué posibilidades había de que, en medio de un universo infinito, entre innumerables galaxias, entre millones de estrellas, entre un número incalculable de formas de vida, en un planeta llamado Tierra, en este momento y lugar; estuviéramos compartiendo algo tú y yo?

Estaba tan cerca que podía oír los latidos de su corazón. Apartó suavemente la melena de su cara. Sus ojos brillaban con su dulce sonrisa. Una lágrima recorrió su mejilla, que apartó con una caricia. El nudo en la garganta no le permitía hablar. Sus ojos se cerraron.

Encerraba en su corazón un mundo demasiado frágil como para ser mostrado. Un mundo que se había roto demasiadas veces, tantas que no creía poder soportar ni un solo latido más. Pero era un corazón con demasiados sueños. Necesitaba ilusionarse. Y volvió a latir.

Y aunque siempre creyó que no había cumplido su promesa de eternidad, al final se dio cuenta de que los besos, las miradas, los abrazos, todo el tiempo compartido y disfrutado, jamás lo olvidaría. Y qué había más eterno que el recuerdo…

La música sonó y olvidaron todo lo que estaba a su alrededor. Se miraron a los ojos y se sonrieron cerca, muy cerca. Ella apoyó la cabeza sobre su pecho. Él la arropó con los brazos sobre sus hombros. Era un baile que esperaban que no tuviera fin.

Suspiró. Miró su móvil, seguía sin dar señales de vida. Lo apagó y se revolvió en su cama. Aún no había amanecido. Se le escapó una lágrima. No podía creer que no dijera ni adiós. No podía creer que tantos momentos compartidos no significaran nada.

Pensó que los sueños eran inalcanzables hasta que fue en su busca. Pensó que estaban demasiado lejos hasta que comenzó a caminar y vio el horizonte cada vez más cerca. Pensó que era imposible hasta que fue posible. Solo había que mirar adelante, esforzarse y creer.

Y tras tropezar una y otra vez en los mismos errores, caer y volver a levantarse, darle vueltas a los mismos problemas y nunca encontrar la solución, se dio cuenta de que, en realidad, todo era mucho más sencillo: nada era tan importante como, simplemente, vivir.

Se pasaba los días buscando respuesta a una pregunta que nadie formuló. Se pasaba las noches llorando por no saber quién era realmente. Se pasaba la vida volviendo la vista atrás sin encontrar a nadie que le siguiera. Vivía en una mentira aceptada por todos.

Querían quererse y sin embargo no eran capaces de hacerlo. No sabían cómo hacerlo. Después de demasiado tiempo se dieron cuenta de que aquello a lo que habían llamado amor era en realidad muchas otras cosas, pero no amor. Y eso les hacía sentir el vacío más absoluto.

Una simple sonrisa podía cambiar su mundo. Una mirada, una palabra, un abrazo. Un beso. Ella cambiaba su mundo con el más simple de los gestos. Porque ella guardaba en su interior ese corazón que a él le habían arrebatado hace mucho tiempo.

Más allá de los sueños había un camino que recorrer. Le dijeron que no lo intentara, que no lo conseguiría. Pero no se dio por vencida y continuó. Del fracaso aprendió hasta llegar al éxito. Entonces no hubo nada que reprochar. Su mayor victoria era haberlo logrado.

Había tocado el cielo con sus propias manos y había descendido a los infiernos carbonizando su alma. Pero no importaba. Los que solo habían pisado tierra y sin mancharse los zapatos, aún le venían a decir qué escalera tomar. Cómo, cuándo y dónde. Y por qué.

El futuro era eso tan intangible, lejano e imposible que jamás llegaría. Y llegó, pero nada era lo que habíamos planeado. Los sueños se comieron a sí mismos, ahora daríamos lo que fuera por volver a ser lo que antes no queríamos ser. Ese futuro ya no era el nuestro…

Hacía mucho tiempo de aquellos besos inocentes, de los juegos de niños aparentando ser mayores, del primer amor que llegó sin avisar y se fue sin despedirse. Mucho tiempo después, cuando todo se quebraba, las viejas fotos aún encerraban recuerdos no tan olvidados…

Ese pequeño rincón del parque lleno de flores en primavera; repleto de hojas secas en otoño; donde el sol hacía brillar todo durante el verano; y en el que el viento soplaba más frío en invierno. Ese rincón del parque donde se vieron por primera y última vez…

Las notas del piano resonaban tristes en la habitación vacía. Aquella partitura se deslizaba por sus dedos para pulsar pausadamente las teclas, una tras otra, con inusitada melancolía. Esa melodía le recordaba su dulce voz. La música había traicionado a su corazón.

Desapareció de la noche a la mañana. Se cortaron de raíz las palabras, quedaron colgando los sentimientos. Había dado por hecho que siempre estaría ahí, y cuando faltó se dio cuenta del enorme hueco que ocupaba en su vida. Y el gran vacío que dejaba. Sin explicación.

Los sueños sobre el futuro ya no eran como antes. El reloj seguía avanzando, pero el tiempo no pasaba. Su mente reorganizaba una y otra vez los mismos recuerdos, mientras que por delante todo era en blanco y negro, ya no había metas por cumplir. Y no le importaba.

Se miraron cara a cara desenterrando el miedo, el pánico a la mirada inquisidora del otro. Se juzgaban sin piedad, diagnosticaban su fracaso, destruían cruelmente su autoestima. Y es que no había mirada más aterradora que la de uno mismo a través de su reflejo.

La lágrima empezó a descender por su mejilla. Dentro de ella estaban todos los fracasos, todo el dolor, todas las frustraciones. Pero también toda la esperanza. Como una gota de lluvia que se pierde en el mar, cayó por su barbilla para expulsar todo el mal acumulado.

Puede que nos olvidemos, pero siempre quedará lo que hicimos, lo que vivimos, lo que sentimos. Aunque estemos lejos, muy lejos, nuestros corazones guardarán esos momentos en los que latieron al compás. Eso quedó atrás, pero todo lo que aprendimos juntos, quedará.

El último tren pasó de largo. Podía esperar al siguiente, pero no sabía si habría un siguiente, si tardaría demasiado, o si iba a tener que caminar. Hay viajes que una debe hacer por sí misma, por su propio pie. Los trenes no esperan, no importa el motivo.

En secreto imaginaba momentos que no sucederían. Se contaba mentiras para sobrevivir a sí misma. Soñaba con que todo lo bueno que tenía en su interior pudiera ser mostrado, sin miedo a que le dañaran. Esperaba que la ceguera de los demás, algún día, se volviera luz.

Algún día le devolverán su estrella. La que más lucía en el firmamento, la que le arrebataron por miedo a su propia luz. Algún día le devolverán su estrella, la que se ganó con su magia iluminando las sombras de los demás. Algún día esa estrella volverá a brillar…




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