jueves, 27 de diciembre de 2018

Microcuentos 2018: enero


Recopilación de los microcuentos que he escrito en Twitter a lo largo de 2018. Aquí todos los del mes de enero.




Recogió sus cosas, cerró las maletas y se fue para no volver. No había ninguna razón para quedarse y sí muchas para mirar hacia adelante y dejar atrás el pasado. En el horizonte, un futuro lleno de esperanzas, sueños e ilusiones que no podían esperar más. Era ahora.

El aroma del café por la mañana le despertó. Parece que le había preparado el desayuno. En el baño sonaba el agua de la ducha. Somnoliento, se levantó de la cama y vio que en la cocina había un café recién hecho y tostadas. Se detuvo. Se dio cuenta de que vivía solo.

Que ese abrazo no termine nunca, que se detenga el tiempo, que el invierno sea primavera. Que el viento no deje de mecer tu melena sobre mi hombro, que la lágrima que se derrama por tu mejilla no termine en la mía. Que ese abrazo no termine en un beso de despedida…

Todo comienzo necesita un final. No se puede dejar siempre la puerta abierta, ni la incertidumbre eterna. Nada es infinito, si no sería terriblemente doloroso. Todo necesita su final. Feliz o no. Incluso el peor de los finales es mejor que la espera sin horizonte.

Lo más difícil era mirar hacia adelante y empezar a caminar. Todo el peso, toda la responsabilidad de su destino era una complicada carga que asumir. Pero el reto era bonito, y la libertad también. Solo el primer paso y todo un futuro por descubrir…

Nunca supo si estaba enamorada. Tenía miedo de que se enamoraran de ella y no saber corresponderlo. Ella quería, pero no amaba. Deseaba, sentía, soñaba, pero no sabía qué era el amor. Y como creía injusto no amar y ser amada, terminó sola… ¿Habría amado alguna vez?

No olvides nunca quién fue el que dijo todas tus verdades y mentiras letra a letra, palabra a palabra. Quién te abrazó las noches sin dormir, compartió tus risas y consoló tus lágrimas. Quién te dejó entrar en su corazón. Y, sobre todo, no olvides que eso ya terminó.

Esa absurda necesidad de sentirse superior a costa de otro es lo que le señalaba como "diferente". Como si fuera algo malo y todos fuésemos iguales. El problema no era ser ni sentirse "diferente", sino que le hicieran sentirlo. Y, por suerte, todos somos diferentes.

Tenía ese brillo en la mirada que solo tenía una persona especial. Ese brillo que transmitía emoción, ilusión, luz. Cuando acompañaba su sonrisa, iluminaba cualquier oscuridad. Tenía ese brillo capaz de hechizar. Ese brillo que se echaba en falta cuando ya no estaba.

No se perdió el tiempo, nos perdimos nosotros.Ya solo éramos tú y yo por separado en una misma habitación. El silencio nos condenó a la distancia y la distancia al olvido. Pero nunca nos arrepentimos de lo bueno que nos regalamos, porque esa fue nuestra única verdad.

Ni vencedores ni vencidos, todos cayeron presos de un mismo mal. Y cuando se quisieron dar cuenta, ya era tarde: unos estaban muertos, y a los otros les arrebataron todo lo que tenían. Todos fueron desposeídos de la libertad, pero jamás podrían quitarles su dignidad.

Distancia solo era una palabra, pero en la práctica era un obstáculo insalvable. Sin ese abrazo, sin ese beso, sin esas palabras cerca, muy cerca, no existía sentimiento que se sostuviera. Cuando se volvieron a ver y se miraron a los ojos, enseguida lo supieron.

Puede que la realidad a veces fuera extremadamente simple, predecible y aburrida. Puede que sus pasos ya los hubieran dado antes, o que esos labios los besaran otros. Eso no impedía que su camino fuera único y especial, aunque a veces se pareciera al de muchos otros.

Hay muchas formas de mirar. Hay quien mira al pasado para comprender el futuro, y quien mira al futuro para no recordar el pasado. Hay quien mira por encima del hombro porque solo mira por sí mismo y no por los demás. Hay quien mira a los ojos porque dice la verdad.

Los besos se acabaron con el silencio. Un silencio para no herir, pero que abría aún más heridas. La incertidumbre de no saber qué pensaba el otro, de no saber si habían hecho bien o mal. Los besos se acabaron porque ya no significaban nada.

La perfección no existe, solo una aproximación a ella. Nada ni nadie es perfecto. Aspirar a la perfección es bueno, frustrarse por no alcanzarla es absurdo. Siempre habrá algo mejor, lo importante es hacerlo bien, lo mejor posible. Esa es la verdadera perfección.

Se conocieron siendo niños. Crecieron juntos: las primeras risas, miradas, el primer beso… Se enamoraron. Caminaron juntos hacia la edad adulta. Viajaron, compartieron, disfrutaron… Decidieron vivir juntos, y envejecieron juntos. Ahora no lo recuerda, pero pasó.

Había lugares ocultos en su corazón que nadie jamás encontraría. Perdido en su propio laberinto, tratando de buscar una salida que no existía, pues su vida era la búsqueda constante de algo que había perdido en algún lugar, quizá que nunca tuvo, ni estuvo…

La miró. Le miró. Frente a frente, separados por una multitud. Le sonrió. La sonrió. Imaginó hablarle. Volvió a mirarle. Tímido, bajó la mirada al instante. Pensó cómo sería. Parecía simpática. Parecía simpático. Se acercó. No se atrevió, pasó de largo. Quizá era él.

Lo que no sabía es que el paso por su vida, aunque lleno mentiras y medias verdades, de sentimientos de plástico y fuegos artificiales que siempre terminaban apagándose; le había servido mucho más. Mientras, todo su mundo imaginario seguía sin tener puerta de salida.

Ese instante de felicidad concentrado en un gesto, esa unión única entre dos personas, ese momento en el que todo lo demás no importa y solo estamos tú y yo. Esa sensación de compartir el infinito, cuando se detiene el tiempo… Un beso es mucho más que solo un beso.

Solo quedaba una habitación vacía, fría y oscura, en la soledad de la noche. Despreciando cualquier atisbo de autocompasión, en su hermética concepción de sí misma, su estética se resquebrajaba como el cristal de su espejo. Como el corazón que había dejado de latir.

Era un amor prohibido, atrapado por el pasado, condenado por el olvido. Era un amor distanciado por su fracaso, dividido por la duda, agotado por el silencio. Era un amor escrito en el aire y borrado por la lluvia. Era un amor que ya no era amor.

Creer querer no es querer, ni querer creer ver lo que no es es querer creer. Tener no es ser, ni creer ser es querer tener lo que no puede ser. Temer ser y no ver lo que no se puede creer no es querer ser ni tener lo que no se puede querer. Querer ser es temer tener.

Llevabas tatuados nuestros recuerdos en el corazón, y ya no podían latir porque ya no había nada nuestro. Quedaron atrás, como todos los sueños, esperanzas e ilusiones enterradas bajo las mentiras, olvidadas en algún lugar de la memoria que ya no convenía visitar.

No quería gestos simbólicos ni más palabras vacías. No quería más falsas sonrisas ni compromisos obligados. No quería más hipocresía. Quería, aunque solo fuera por una vez, un acto de sincera, auténtica, desinteresada y pura honestidad. Algo que fuera verdad.

La vida tiene muchas puertas y ventanas hacia nuevos horizontes, nunca precipicios sin fondo. Vivimos sin perspectiva y vemos finales donde no los hay. Creemos que la vida se termina en cualquier suceso que en realidad no es tan relevante. El camino siempre sigue…

Se perdió entre sueños frustrados y huyó como quien corre hacia el precipicio sin saber a dónde va, sin ninguna intención de detenerse. La vida era un juego y no temía perder la partida. Creía que podía sobreponerse a todo y que no necesitaba a nadie. Y no era así.

La belleza no estaba en lo que veía, sino en cómo lo veía. Había una belleza más allá de la propia belleza. Una belleza deslumbrante en lo que no se veía. Una belleza que nadie jamás podría tener. La belleza no es del que la posee, sino del que mira.

El sueño dentro del sueño no era más que una pesadilla que, de tanto agradar, había terminado aborreciendo. Y despertó dentro del sueño sabiendo que no podía terminar. Y es que los sueños, cuando se agotan de sí mismos, deben acabar para poder comenzar de nuevo.

Le faltaba algo. Siempre le faltaba algo. Cuando el puzzle estaba completo y todas las piezas encajaban, tenía que deshacerlo porque le faltaba algo. Y en su búsqueda incesante de ese algo, nunca lo encontraba. Porque lo que buscaba era tener siempre algo que buscar.





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