miércoles, 2 de enero de 2019

Microcuentos 2018: abril


Recopilación de los microcuentos que he escrito en Twitter a lo largo de 2018. Aquí todos los del mes de abril.



Eran tan diferentes que sabían que tenían que encajar. La diferencia no era lo que les separaba, sino sus esquemas y prejuicios. Pronto descubrieron que ser diferente no era malo, sino que podían aportarse cosas distintas mutuamente. Y ser mejores. Juntos.

Abrió la puerta y vio ese gran vacío, ese abismo que no dejaba avanzar. Detrás de esa puerta había infinitas posibilidades, pero solo veía una: caer. Tenía que mirar un poco más allá, dentro de su corazón, y saber que todo vacío tenía un puente para cruzar. Y seguir.

Enredados entre las sábanas, entre cabellos revueltos y manos entrelazadas, entre abrazos que no tenían principio ni final, dentro de su alma y fuera de sí. En ese lugar en el que solo existía el instinto de la verdad, dos eran uno, y uno más uno era todo.

Mintió. No sentía cuando decía que amaba. Borraba su sonrisa cuando cerraba la puerta. Decía lo que no pensaba y pensaba lo que no decía. Construía recuerdos que necesitaba olvidar enseguida. Vivía una mentira para satisfacer su propio egoísmo. No sabía sentir.

Perseguía el tiempo que había dejado escapar, que jamás recuperaría. Miraba atrás añorando lo que quedó, y no hacia adelante para construir nuevos recuerdos. Hasta ver que no tenía nada más que el silencio de un corazón que había dejado de latir hace mucho tiempo.

Y si no existiera ese miedo, ¿qué sería de nosotros? Ese miedo a caer, ese miedo que despierta nuestros ojos y abre nuestra mente. Qué seríamos sin miedo sino meras marionetas sin hilos. Tenemos miedo porque si no lo tuviéramos, la muerte lo tendría muy fácil.

En esos días en los que no había preocupaciones, en los que nos sentábamos en un banco del parque y hablábamos durante horas de todo y de nada, había algo de especial en tu mirada. Era la mirada de alguien que no temía al futuro.

Los colores del amanecer a través de las rendijas de la persiana se posaban en su rostro iluminando su belleza, esa que nadie más podía ver. En su cabello revuelto posado sobre la almohada, en la sonrisa que provocaban sus sueños. Era la luz del alma que compartían.

Tu piel es un mapa de las cicatrices que dejó el tiempo. Podrás borrar los recuerdos, pero no las heridas que dejaron. Sin embargo, tu piel lleva el rastro del dolor superado, la muestra de que llegaste hasta aquí más fuerte. Sobreviviste. Y ahora nada te detendrá.

Nada más que silencio. Oscuro, vacío y aterrador silencio. Cuando necesitaba una palabra, silencio. Cuando la soledad le asfixiaba, silencio. Cuando todo iba mal, silencio. Nada más que silencio. Atronador, triste y solitario silencio.

El futuro era eso que esperábamos que nos diera nuestros sueños. Era ese objetivo que algún día alcanzaríamos, en el que seríamos libres de hacer y decir lo que quisiéramos. Pero el futuro se convirtió en presente y nos hizo esclavos de nosotros mismos.

Quizá nunca lo reconocería, pero le hacía falta. Le hacía falta su sonrisa por la mañana. Le hacía falta el sabor de sus labios. Le hacía falta el aroma de su cabello tras cada abrazo interminable. Le hacía falta para no caer en sus miedos. Le hacía mucha falta.

Y despertar después de soñar un futuro contigo. Y caminar como un equilibrista a mil metros de altura. Y desear perderme en aquel rincón que una vez nos prometimos visitar juntos. Y despertar después de una pesadilla que parecía nunca tener fin…

Miramos el mundo como si fuera nuestro. Tratamos la vida como si nos perteneciera, nos levantamos cada mañana como si fuera a ocurrir siempre. Miramos las estrellas como si las pudiéramos alcanzar. Pero todo empieza y termina aquí.

No era lo mismo querer que amar. Él quería que siguieran juntos, ella quería amarle siempre. Él amaba su tiempo, ella quería pasar con él todo su tiempo. Él quería querer, ella le amaba de corazón. Por eso ella se fue con quien la amara y él se quedó solo sin querer.

Ya solo quedaban las fotografías en blanco y negro de algo que hace mucho tiempo que pasó. Había desteñido el color y los recuerdos de lo que un día fue todo y ahora ya no era nada. Frío gris, blanco y negro en la memoria de lo que fuimos y ya nunca más seremos.

La única verdad estaba en esos dos corazones fundidos en un abrazo eterno, en ese beso deseado en la distancia, en la primera mirada que descubría todos sus miedos y temores. La única, sencilla, sincera y auténtica verdad estaba en un silencio compartido.

Había un lugar insospechado en su corazón que aún quería volver a abrir. Ese corazón roto, herido, despreciado mucho tiempo. Ese corazón quería seguir latiendo, pero le daba miedo que lo volvieran a pisotear. ¿Y qué importaba, si un corazón muerto no servía de nada?

En un mundo que exige perfección, la imperfección es un bien añorado por algunos, anhelado por otros. Lo imperfecto que rompe la rutina, que rompe con toda esa gente que pretende ser igual, que pretende seguir una moda, que quiere ser "normal". Qué lujo no serlo.

Hubo un tiempo en el que solo veíamos oscuridad. No encontrábamos la luz que alumbrara nuestro camino, la luz de la esperanza hacia un destino cierto, hacia la salida. Pero un día, en el abismo, nos tomamos de la mano a punto de caer. Nos salvamos. Ahora es historia.

Con una simple sonrisa podía derribar todos sus muros. Una sonrisa que transmitía esa verdad tan necesaria en un mundo de mentira. Y entre tanta hipocresía estabas tú, entre toda la gente vacía, solo tú, con esa sonrisa sincera, llena de buenos propósitos.

Siempre hubo sueños. Sueños de libertad y de liberación, sueños que parecían inalcanzables. Sin un objetivo, sin una motivación, no se podía caminar. Siempre hubo sueños por cumplir, porque si no los hubiera habido el mundo sería mucho más pequeño.

Entre querer y no querer está el miedo. El miedo a volver a tropezar, el miedo a volver a perder. Entre querer y no querer hay una distancia insalvable, un lugar común al que no volver. Pero a veces no se puede evitar querer, aunque te aboque al precipicio.

Y al final, un nuevo camino, muchos nuevos destinos, todo por aprender. No sabía cómo ni dónde, ni siquiera por qué, pero sabía que, en algún lugar, le esperaba eso que había deseado tanto. Cerrar una etapa era empezar otra nueva. Una nueva ilusión.

Buscó en su mirada los restos del naufragio, allí donde habitaba su tristeza. Le ofreció un pañuelo para secar sus lágrimas y olvidar aquello que le había hecho daño. Ahora todo era distinto. La esperanza de que todo iba a ser mejor era más fuerte que el miedo.

Sin respirar, todo era un silencio solo roto por la ansiedad del primer beso. Retiró su cabello delicadamente. Acarició su mejilla. Separaron sus labios, miró su boca. Se miraron a los ojos. Entonces supieron que lo que sentían no era casualidad.

La distancia se hizo corta y el amor, eterno. Entre aviones y aeropuertos, en cada espera interminable, en cada maleta y en cada pasajero anónimo. El tiempo se agotó. Ya no había destino ni final, solo la esperanza de que el viaje terminara, por fin, en algún lugar.

Fue libre mientras nadie amenazó su pensamiento. Fue libre dentro de sí misma, libre de prejuicios, manipulaciones y mentiras. Fue libre de una sociedad corrompida por su egoísmo y falta de identidad. A contracorriente fue libre… hasta que tropezó con la multitud.

Tomaron sus manos, imperfectos y heridos, pero amando al otro. Rozaron su piel, como un manto de seda que alguna vez se creyó áspero. Se observaron, se sintieron, se desearon cuando creían no tener derecho a hacerlo. Y nunca más se separaron.


sábado, 29 de diciembre de 2018

Microcuentos 2018: marzo


Recopilación de los microcuentos que he escrito en Twitter a lo largo de 2018. Aquí todos los del mes de marzo.



Nos queríamos tanto que nos daba miedo molestar al otro, dar un paso en falso. Nos queríamos tanto que nos distanciamos, por nuestro bien. No volvimos a echar la vista atrás, nos avergonzaba afrontar nuestros sentimientos. Nos queríamos tanto… que nos perdimos.

Llamó sin preguntar y se quedó como una inquilina más. Rondaba por todos los rincones, fría, distante, pero con ese halo que sabes que jamás te abandonará. Era paciente, esperaba sin desesperar. Sabía que, al final, tendrías tiempo para ella. La muerte era eterna.

La tormenta se llevó consigo el odio, la furia, la venganza y el rencor. Se llevó la belleza y las sonrisas, se llevó las lágrimas y la ilusión. La tormenta se lo llevó todo, y cuando volvió la calma por fin vio con claridad que ese amanecer era solo para ella.

Basta de intentar proteger a quien no quiere ni necesita ser protegido. Basta de señalar con superioridad moral, de intentar imponer ideas. Basta de etiquetar a "buenos" y "malos" con un simplismo pueril. Basta de fomentar esta peligrosa sociedad de extremos. Basta.

La noche terminó. Las farolas se apagaban a su paso mientras la fría brisa recorría las calles al amanecer. Los primeros rayos de sol encendían la madrugada en medio del silencio roto por el sonido de los tacones en la acera. Sus lágrimas caían bajo las gafas de sol.

La belleza de sus palabras traspasó su corazón, se habían convertido en la más hermosa melodía, en el placer más infinito. Su alma ya solo se alimentaba de su voz. No dormía, no comía, no podía vivir sin ellas. Pero un día llegó el silencio. Y murió la poesía.

Guardaste ese lugar en tu corazón, lo cuidaste, lo cerraste con llave para que nadie entrara sin tu permiso. Pasó el tiempo, mucho tiempo, quizá demasiado. Tanto que perdiste la llave. Ya no sabías cómo abrirlo. Y un día, sin previo aviso, alguien entró y te lo robó.

Detrás de cada una de sus palabras había un veneno que se inyectaba directamente en su corazón, maltrecho y malherido de tantas mentiras, que sobrevivía por el convencimiento de que ahí fuera debía haber algo mejor esperando, en algún momento y en algún lugar.

Inquieta soledad, que recorre todos los estados entre tristeza y alegría, descanso y ansiedad, luz y oscuridad. Temible soledad, ruidosamente silenciosa, rotundamente deseada e indeseable. Preciosa soledad, pintada de colores, sinónimo de libertad. Extraña soledad…

Se detuvo el viento, se hizo el silencio. Dejó de escuchar su voz, olvidó todos sus recuerdos. Congeló el tiempo, se cortó la respiración. No había nada que pudiera hacer. Nadie le había preparado para este momento. No se podía cambiar. Y sin embargo, era inevitable.

La realidad no era realidad dentro del sueño, pero el sueño era su única verdad. Todo lo que había vivido y sentido dentro del sueño era lo único que conocía. ¿Quién iba a decirle que eso no era verdad? ¿Quién le despertaría para decirle que su realidad era mentira?

Las horas pasaban rápido, el reloj no se detenía. Los minutos, los segundos corrían sin cesar, nadie podía pararlo. Y, de repente, se detuvo el tiempo. No tenía sentido luchar contra él. Era el mismo para todos, siempre te alcanzaba. La vida no era contrarreloj.

Todo mi mundo se derrumbó y tú no estabas. Desapareciste cuando te necesité. Tus promesas se perdieron en el aire, tu memoria practicó el olvido y tus palabras dejaron de tener significado. Fuiste egoísta. Pero me levanté, pasé por tu lado sin mirar, y te dejé atrás.

Nadie nos dijo que el final del camino llegaba cuando ya no había nada que aprender. Nadie nos dijo que la muerte no llegaba con el final de la vida, sino con el final de la experiencia. Nadie nos dijo que el amor acabaría con nosotros.

Había un rayo de luz en su mirada cuando todos ya habían perdido la esperanza. Su dulce sonrisa hacía creer. Para algunos puede que eso no cambiara nada el resultado, pero para otros esa señal de lucha hasta el final significaba mucho más que la simple lógica.

Había un abismo que los separaba pese a estar tan cerca. Una distancia que no se podía medir, solo entendible en lo rápido que podía latir su corazón. Una distancia en miradas esquivadas, en encuentros imaginarios, en besos que no existen. Una distancia inalcanzable.

Preso de sus pensamientos, preso de sus sentimientos, las sombras anidaban en cada rincón de su memoria. Con miedo y desprecio, sin luz ni solución. Cerraba los ojos y soñaba con despertar. Pero la terca realidad se opuso a su libertad. Eterno preso de su conciencia.

Había un monstruo egoísta que se escondía entre las sombras y se comía el alma de las personas. Su afilada lengua rasgaba cualquier autoestima, y se creía por encima del bien y del mal. Era un monstruo aterrador, que con sus palabras destruía corazones humanos.

Las luces se apagaron y todo terminó. En medio del silencio sonaba siempre la misma canción. Afuera, la lluvia esperaba poder borrar las huellas de la soledad. El destino abría el camino a ninguna parte porque no había a dónde ir. Un final era, simplemente, un final.

No te preocupes, pase lo que pase encontrarás tu camino. Disfruta. Sonríe. El mundo te pertenece, la vida puede dormir triste una noche, pero siempre vuelve un nuevo amanecer. Cada día es una nueva página en blanco por escribir. Todo está por hacer. Y se puede hacer.

Le había robado el corazón y sabía que no se lo devolvería. Maldijo sus palabras amables, su insultante belleza y su eterna sonrisa, que le encadenaban a ella como un preso a su celda. No había peor condena que convivir con la persona amada sin ser correspondido.

Sueños eran aquellos que dormidos pensábamos que nunca se harían realidad. Sueños imposibles, sueños que olvidábamos al despertar. Sueños eran aquellos que perseguimos alguna vez, que alguien nos dijo que eran una estupidez. Sueños que hoy por fin vivimos...

Sabían que vivían una gran mentira, pero esa mentira les hacía felices. La verdad dolía y no les servía para creer en un mañana. Pero entonces, ¿qué era la verdad? ¿Por qué la verdad era mejor que la mentira? ¿Quién salía dañado realmente de esa mentira?

La venganza y el odio era más fácil que pensar. Prefería seguir su instinto más básico y animal que la racionalidad que le hacía humano. Toda una vida odiando para, al final, darse cuenta de que no sirvió de nada. Ni para él, ni para los que odiaba.

El día que nos conocimos entre risas nerviosas y miradas furtivas. El día que hablamos durante toda la noche. El día que nos besamos por primera vez, casi sin querer. El día que nos fuimos juntos, lejos. El día que comprendimos que había que decir adiós…

La distancia que separaba sus corazones no tenía nada que ver con su ubicación. Podían estar a tan solo unos centímetros y su distancia ser abismal. Porque su distancia se media en alma, en esencia, en sentimiento, en ese lazo invisible que les unía. O les alejaba.

La imaginación se había dormido. De repente, su mente estaba en blanco. No había nada más allá de sus ojos. La pared era, simplemente, una pared. Las personas, solo personas. Si no podía pensar más allá, la vida ya no tenía sentido. La realidad le había devorado.

Todas las cicatrices que quedaron en la piel y en la memoria, rasgadas por el dolor de cada gloriosa derrota y de cada sufrida victoria. Recuerdos de una vida que le hizo morder el polvo una y otra vez, pero en la que siempre se volvió a levantar. Hoy también.

Oír pero no escuchar. Nos acostumbramos tanto al ruido que ya no distinguimos lo que se dice por decir de lo que se dice con sinceridad. Ya no escuchamos. Oímos continuamente quejas, insultos, mentiras, odio. Ruido. Y no escuchamos cuando alguien nos habla de verdad.

En un cielo lleno de estrellas, destacaba la luna. En un cielo lleno de nubes, no destacaba el sol. Quizá la luna necesitaba de las estrellas para brillar. Quizá el brillante sol deslumbrara demasiado como para poder admirarle. Quizá no había lugar para los dos…



viernes, 28 de diciembre de 2018

Microcuentos 2018: febrero


Recopilación de los microcuentos que he escrito en Twitter a lo largo de 2018. Aquí todos los del mes de febrero.



Se despertó en mitad de la noche, todo estaba oscuro bajo el único amparo de la tenue luz de luna. Las sombras hacían que la silla del escritorio pareciera formar una inquietante figura. Su corazón dio un vuelco cuando se movió. Allí había alguien que no debía estar.

Tuvieron tiempo de perderse y volver a encontrarse. De amarse hasta la asfixia y de odiarse con una sonrisa; de engañar en silencio y gritar las verdades que más duelen. De lo que no tuvieron tiempo fue de cerrar esas heridas que nunca dejaron de estar abiertas.

¿Qué posibilidades había de que, en medio de un universo infinito, entre innumerables galaxias, entre millones de estrellas, entre un número incalculable de formas de vida, en un planeta llamado Tierra, en este momento y lugar; estuviéramos compartiendo algo tú y yo?

Estaba tan cerca que podía oír los latidos de su corazón. Apartó suavemente la melena de su cara. Sus ojos brillaban con su dulce sonrisa. Una lágrima recorrió su mejilla, que apartó con una caricia. El nudo en la garganta no le permitía hablar. Sus ojos se cerraron.

Encerraba en su corazón un mundo demasiado frágil como para ser mostrado. Un mundo que se había roto demasiadas veces, tantas que no creía poder soportar ni un solo latido más. Pero era un corazón con demasiados sueños. Necesitaba ilusionarse. Y volvió a latir.

Y aunque siempre creyó que no había cumplido su promesa de eternidad, al final se dio cuenta de que los besos, las miradas, los abrazos, todo el tiempo compartido y disfrutado, jamás lo olvidaría. Y qué había más eterno que el recuerdo…

La música sonó y olvidaron todo lo que estaba a su alrededor. Se miraron a los ojos y se sonrieron cerca, muy cerca. Ella apoyó la cabeza sobre su pecho. Él la arropó con los brazos sobre sus hombros. Era un baile que esperaban que no tuviera fin.

Suspiró. Miró su móvil, seguía sin dar señales de vida. Lo apagó y se revolvió en su cama. Aún no había amanecido. Se le escapó una lágrima. No podía creer que no dijera ni adiós. No podía creer que tantos momentos compartidos no significaran nada.

Pensó que los sueños eran inalcanzables hasta que fue en su busca. Pensó que estaban demasiado lejos hasta que comenzó a caminar y vio el horizonte cada vez más cerca. Pensó que era imposible hasta que fue posible. Solo había que mirar adelante, esforzarse y creer.

Y tras tropezar una y otra vez en los mismos errores, caer y volver a levantarse, darle vueltas a los mismos problemas y nunca encontrar la solución, se dio cuenta de que, en realidad, todo era mucho más sencillo: nada era tan importante como, simplemente, vivir.

Se pasaba los días buscando respuesta a una pregunta que nadie formuló. Se pasaba las noches llorando por no saber quién era realmente. Se pasaba la vida volviendo la vista atrás sin encontrar a nadie que le siguiera. Vivía en una mentira aceptada por todos.

Querían quererse y sin embargo no eran capaces de hacerlo. No sabían cómo hacerlo. Después de demasiado tiempo se dieron cuenta de que aquello a lo que habían llamado amor era en realidad muchas otras cosas, pero no amor. Y eso les hacía sentir el vacío más absoluto.

Una simple sonrisa podía cambiar su mundo. Una mirada, una palabra, un abrazo. Un beso. Ella cambiaba su mundo con el más simple de los gestos. Porque ella guardaba en su interior ese corazón que a él le habían arrebatado hace mucho tiempo.

Más allá de los sueños había un camino que recorrer. Le dijeron que no lo intentara, que no lo conseguiría. Pero no se dio por vencida y continuó. Del fracaso aprendió hasta llegar al éxito. Entonces no hubo nada que reprochar. Su mayor victoria era haberlo logrado.

Había tocado el cielo con sus propias manos y había descendido a los infiernos carbonizando su alma. Pero no importaba. Los que solo habían pisado tierra y sin mancharse los zapatos, aún le venían a decir qué escalera tomar. Cómo, cuándo y dónde. Y por qué.

El futuro era eso tan intangible, lejano e imposible que jamás llegaría. Y llegó, pero nada era lo que habíamos planeado. Los sueños se comieron a sí mismos, ahora daríamos lo que fuera por volver a ser lo que antes no queríamos ser. Ese futuro ya no era el nuestro…

Hacía mucho tiempo de aquellos besos inocentes, de los juegos de niños aparentando ser mayores, del primer amor que llegó sin avisar y se fue sin despedirse. Mucho tiempo después, cuando todo se quebraba, las viejas fotos aún encerraban recuerdos no tan olvidados…

Ese pequeño rincón del parque lleno de flores en primavera; repleto de hojas secas en otoño; donde el sol hacía brillar todo durante el verano; y en el que el viento soplaba más frío en invierno. Ese rincón del parque donde se vieron por primera y última vez…

Las notas del piano resonaban tristes en la habitación vacía. Aquella partitura se deslizaba por sus dedos para pulsar pausadamente las teclas, una tras otra, con inusitada melancolía. Esa melodía le recordaba su dulce voz. La música había traicionado a su corazón.

Desapareció de la noche a la mañana. Se cortaron de raíz las palabras, quedaron colgando los sentimientos. Había dado por hecho que siempre estaría ahí, y cuando faltó se dio cuenta del enorme hueco que ocupaba en su vida. Y el gran vacío que dejaba. Sin explicación.

Los sueños sobre el futuro ya no eran como antes. El reloj seguía avanzando, pero el tiempo no pasaba. Su mente reorganizaba una y otra vez los mismos recuerdos, mientras que por delante todo era en blanco y negro, ya no había metas por cumplir. Y no le importaba.

Se miraron cara a cara desenterrando el miedo, el pánico a la mirada inquisidora del otro. Se juzgaban sin piedad, diagnosticaban su fracaso, destruían cruelmente su autoestima. Y es que no había mirada más aterradora que la de uno mismo a través de su reflejo.

La lágrima empezó a descender por su mejilla. Dentro de ella estaban todos los fracasos, todo el dolor, todas las frustraciones. Pero también toda la esperanza. Como una gota de lluvia que se pierde en el mar, cayó por su barbilla para expulsar todo el mal acumulado.

Puede que nos olvidemos, pero siempre quedará lo que hicimos, lo que vivimos, lo que sentimos. Aunque estemos lejos, muy lejos, nuestros corazones guardarán esos momentos en los que latieron al compás. Eso quedó atrás, pero todo lo que aprendimos juntos, quedará.

El último tren pasó de largo. Podía esperar al siguiente, pero no sabía si habría un siguiente, si tardaría demasiado, o si iba a tener que caminar. Hay viajes que una debe hacer por sí misma, por su propio pie. Los trenes no esperan, no importa el motivo.

En secreto imaginaba momentos que no sucederían. Se contaba mentiras para sobrevivir a sí misma. Soñaba con que todo lo bueno que tenía en su interior pudiera ser mostrado, sin miedo a que le dañaran. Esperaba que la ceguera de los demás, algún día, se volviera luz.

Algún día le devolverán su estrella. La que más lucía en el firmamento, la que le arrebataron por miedo a su propia luz. Algún día le devolverán su estrella, la que se ganó con su magia iluminando las sombras de los demás. Algún día esa estrella volverá a brillar…




jueves, 27 de diciembre de 2018

Microcuentos 2018: enero


Recopilación de los microcuentos que he escrito en Twitter a lo largo de 2018. Aquí todos los del mes de enero.




Recogió sus cosas, cerró las maletas y se fue para no volver. No había ninguna razón para quedarse y sí muchas para mirar hacia adelante y dejar atrás el pasado. En el horizonte, un futuro lleno de esperanzas, sueños e ilusiones que no podían esperar más. Era ahora.

El aroma del café por la mañana le despertó. Parece que le había preparado el desayuno. En el baño sonaba el agua de la ducha. Somnoliento, se levantó de la cama y vio que en la cocina había un café recién hecho y tostadas. Se detuvo. Se dio cuenta de que vivía solo.

Que ese abrazo no termine nunca, que se detenga el tiempo, que el invierno sea primavera. Que el viento no deje de mecer tu melena sobre mi hombro, que la lágrima que se derrama por tu mejilla no termine en la mía. Que ese abrazo no termine en un beso de despedida…

Todo comienzo necesita un final. No se puede dejar siempre la puerta abierta, ni la incertidumbre eterna. Nada es infinito, si no sería terriblemente doloroso. Todo necesita su final. Feliz o no. Incluso el peor de los finales es mejor que la espera sin horizonte.

Lo más difícil era mirar hacia adelante y empezar a caminar. Todo el peso, toda la responsabilidad de su destino era una complicada carga que asumir. Pero el reto era bonito, y la libertad también. Solo el primer paso y todo un futuro por descubrir…

Nunca supo si estaba enamorada. Tenía miedo de que se enamoraran de ella y no saber corresponderlo. Ella quería, pero no amaba. Deseaba, sentía, soñaba, pero no sabía qué era el amor. Y como creía injusto no amar y ser amada, terminó sola… ¿Habría amado alguna vez?

No olvides nunca quién fue el que dijo todas tus verdades y mentiras letra a letra, palabra a palabra. Quién te abrazó las noches sin dormir, compartió tus risas y consoló tus lágrimas. Quién te dejó entrar en su corazón. Y, sobre todo, no olvides que eso ya terminó.

Esa absurda necesidad de sentirse superior a costa de otro es lo que le señalaba como "diferente". Como si fuera algo malo y todos fuésemos iguales. El problema no era ser ni sentirse "diferente", sino que le hicieran sentirlo. Y, por suerte, todos somos diferentes.

Tenía ese brillo en la mirada que solo tenía una persona especial. Ese brillo que transmitía emoción, ilusión, luz. Cuando acompañaba su sonrisa, iluminaba cualquier oscuridad. Tenía ese brillo capaz de hechizar. Ese brillo que se echaba en falta cuando ya no estaba.

No se perdió el tiempo, nos perdimos nosotros.Ya solo éramos tú y yo por separado en una misma habitación. El silencio nos condenó a la distancia y la distancia al olvido. Pero nunca nos arrepentimos de lo bueno que nos regalamos, porque esa fue nuestra única verdad.

Ni vencedores ni vencidos, todos cayeron presos de un mismo mal. Y cuando se quisieron dar cuenta, ya era tarde: unos estaban muertos, y a los otros les arrebataron todo lo que tenían. Todos fueron desposeídos de la libertad, pero jamás podrían quitarles su dignidad.

Distancia solo era una palabra, pero en la práctica era un obstáculo insalvable. Sin ese abrazo, sin ese beso, sin esas palabras cerca, muy cerca, no existía sentimiento que se sostuviera. Cuando se volvieron a ver y se miraron a los ojos, enseguida lo supieron.

Puede que la realidad a veces fuera extremadamente simple, predecible y aburrida. Puede que sus pasos ya los hubieran dado antes, o que esos labios los besaran otros. Eso no impedía que su camino fuera único y especial, aunque a veces se pareciera al de muchos otros.

Hay muchas formas de mirar. Hay quien mira al pasado para comprender el futuro, y quien mira al futuro para no recordar el pasado. Hay quien mira por encima del hombro porque solo mira por sí mismo y no por los demás. Hay quien mira a los ojos porque dice la verdad.

Los besos se acabaron con el silencio. Un silencio para no herir, pero que abría aún más heridas. La incertidumbre de no saber qué pensaba el otro, de no saber si habían hecho bien o mal. Los besos se acabaron porque ya no significaban nada.

La perfección no existe, solo una aproximación a ella. Nada ni nadie es perfecto. Aspirar a la perfección es bueno, frustrarse por no alcanzarla es absurdo. Siempre habrá algo mejor, lo importante es hacerlo bien, lo mejor posible. Esa es la verdadera perfección.

Se conocieron siendo niños. Crecieron juntos: las primeras risas, miradas, el primer beso… Se enamoraron. Caminaron juntos hacia la edad adulta. Viajaron, compartieron, disfrutaron… Decidieron vivir juntos, y envejecieron juntos. Ahora no lo recuerda, pero pasó.

Había lugares ocultos en su corazón que nadie jamás encontraría. Perdido en su propio laberinto, tratando de buscar una salida que no existía, pues su vida era la búsqueda constante de algo que había perdido en algún lugar, quizá que nunca tuvo, ni estuvo…

La miró. Le miró. Frente a frente, separados por una multitud. Le sonrió. La sonrió. Imaginó hablarle. Volvió a mirarle. Tímido, bajó la mirada al instante. Pensó cómo sería. Parecía simpática. Parecía simpático. Se acercó. No se atrevió, pasó de largo. Quizá era él.

Lo que no sabía es que el paso por su vida, aunque lleno mentiras y medias verdades, de sentimientos de plástico y fuegos artificiales que siempre terminaban apagándose; le había servido mucho más. Mientras, todo su mundo imaginario seguía sin tener puerta de salida.

Ese instante de felicidad concentrado en un gesto, esa unión única entre dos personas, ese momento en el que todo lo demás no importa y solo estamos tú y yo. Esa sensación de compartir el infinito, cuando se detiene el tiempo… Un beso es mucho más que solo un beso.

Solo quedaba una habitación vacía, fría y oscura, en la soledad de la noche. Despreciando cualquier atisbo de autocompasión, en su hermética concepción de sí misma, su estética se resquebrajaba como el cristal de su espejo. Como el corazón que había dejado de latir.

Era un amor prohibido, atrapado por el pasado, condenado por el olvido. Era un amor distanciado por su fracaso, dividido por la duda, agotado por el silencio. Era un amor escrito en el aire y borrado por la lluvia. Era un amor que ya no era amor.

Creer querer no es querer, ni querer creer ver lo que no es es querer creer. Tener no es ser, ni creer ser es querer tener lo que no puede ser. Temer ser y no ver lo que no se puede creer no es querer ser ni tener lo que no se puede querer. Querer ser es temer tener.

Llevabas tatuados nuestros recuerdos en el corazón, y ya no podían latir porque ya no había nada nuestro. Quedaron atrás, como todos los sueños, esperanzas e ilusiones enterradas bajo las mentiras, olvidadas en algún lugar de la memoria que ya no convenía visitar.

No quería gestos simbólicos ni más palabras vacías. No quería más falsas sonrisas ni compromisos obligados. No quería más hipocresía. Quería, aunque solo fuera por una vez, un acto de sincera, auténtica, desinteresada y pura honestidad. Algo que fuera verdad.

La vida tiene muchas puertas y ventanas hacia nuevos horizontes, nunca precipicios sin fondo. Vivimos sin perspectiva y vemos finales donde no los hay. Creemos que la vida se termina en cualquier suceso que en realidad no es tan relevante. El camino siempre sigue…

Se perdió entre sueños frustrados y huyó como quien corre hacia el precipicio sin saber a dónde va, sin ninguna intención de detenerse. La vida era un juego y no temía perder la partida. Creía que podía sobreponerse a todo y que no necesitaba a nadie. Y no era así.

La belleza no estaba en lo que veía, sino en cómo lo veía. Había una belleza más allá de la propia belleza. Una belleza deslumbrante en lo que no se veía. Una belleza que nadie jamás podría tener. La belleza no es del que la posee, sino del que mira.

El sueño dentro del sueño no era más que una pesadilla que, de tanto agradar, había terminado aborreciendo. Y despertó dentro del sueño sabiendo que no podía terminar. Y es que los sueños, cuando se agotan de sí mismos, deben acabar para poder comenzar de nuevo.

Le faltaba algo. Siempre le faltaba algo. Cuando el puzzle estaba completo y todas las piezas encajaban, tenía que deshacerlo porque le faltaba algo. Y en su búsqueda incesante de ese algo, nunca lo encontraba. Porque lo que buscaba era tener siempre algo que buscar.





miércoles, 3 de mayo de 2017

Quizás se fue sin más



Desapareció sin más. Sin decir nada. Se fue. Pensó que sus palabras habían sido importantes, pero su marcha dejó un vacío en su alma, y una duda sobre su destino. Nunca supo el porqué, aunque quería poder intuirlo.

La apreciaba, aún así. Sus palabras, sus sonrisas ocultas, su lucha contracorriente, todo, habían merecido la pena. ¿Pero por qué se fue sin decir adiós? Solo lo sabía ella. En algún lugar donde esperaron encontrarse, seguramente estaba la respuesta. Puede que simplemente fuera miedo a lo desconocido, o miedo a sí misma. Miedo a sus propios miedos, a que rechazaran sus males, a no querer traspasar ni un miligramo de su pesada carga, porque la consideraba suya y de nadie más.

Eso la sumía aún más en su descenso a los infiernos, en su círculo vicioso del que no era capaz de salir sola. Vio una mano tendida que trataba de tirar de ella, pero no quiso tomarla. Quizás fue orgullo. Quizás no.

Lo único que dejó fue muchos "quizás". Y, quizás, eso fue lo peor que hizo. Porque todo lo demás jamás se lo iba a reprochar, al contrario. Tenía muchos agradecimientos que darle. Ella le dio, casi sin darse cuenta, el aliento que le hacía falta en el momento preciso. Tampoco creyó que ella pensara que su marcha fuera importante. Y sí lo fue. Aún a día de hoy la recordaba. Ni siquiera se habían visto, pero se habían sentido.

Ahora, lejos, él pensaba a veces en su sonrisa. Ella, quizás...


Álvaro López Martín

martes, 2 de mayo de 2017

Los trenes pasan, pero la vida sigue



Los trenes pasan. Pero no es verdad que dejar un tren pasar sea el fin. Tras el tren que pasa siempre viene otro si estás dispuesto a esperarlo. No siempre estás preparado para coger el primer tren. No siempre es el tren que te lleva al destino que necesitas. A veces, incluso, hay que dejar pasar varios trenes para subirte al adecuado, al que te haga feliz. Se llama tomar decisiones.

No tengas miedo de que pase un tren sin haberlo tomado. Tu tren no solo es el que se presupone con mejor destino: tu tren es el que pasa en el momento adecuado, el momento en el que tú te sientes bien para cogerlo. Todo tiene su momento y su lugar, las oportunidades perdidas no siempre son definitivas, y las que vienen después pueden ser mejores.

Lo importante es ser feliz con lo que tienes, y con lo que consigues. Quizás el primer tren te llevaba más rápido, pero no estabas preparado para llegar tan pronto. Quizás tenías que esperar para encontrar el instante que buscabas.

No te quedes pensando en lo que pudo ser y no fue. Piensa en lo que tienes por conseguir, que es todo lo que te propongas. Lo que seguro que no te ayudará es vivir mirando atrás, mirando al tren que ya pasó. Espera al siguiente. Tómalo si te interesa, si estás preparado. Déjalo pasar si no es ese tu tren. Elige, escoge el momento, y no cambies la velocidad por la buena decisión.

Los trenes pasan, pero la vida sigue. Y habrá más trenes.


Álvaro López Martín

lunes, 1 de mayo de 2017

'La Bella y la Bestia' (2017), absolutamente innecesaria



Cuando supe de la adaptación a imagen real de La Bella y la Bestia ya me pareció innecesario simplemente como idea. Una vez vista, se refrenda mi impresión: es absolutamente innecesaria. Y no porque sea una mala película (que no lo es), sino porque no aporta absolutamente nada nuevo. Es más, la copia punto por punto de la película de animación no le beneficia en nada.

La magia de su predecesora queda diluida en la "realidad" de esta adaptación. Cosas que son simpáticas en animación tradicional, pierden toda su gracia recreadas en un contexto realista, y esto se ceba especialmente con los personajes que son objetos. El nuevo film los traslada con animación digital al entorno real sin ningún carisma.

Emma Watson como Bella está bien (sin alardes), un poco forzada; mientras que Dan Stevens como la Bestia... no está. Es decir, su parte como actor se pierde en buena medida por la obvia digitalización del personaje, que también se queda muy lejos de la empatía que generaba el original.

Sus puntos fuertes son su buena realización, y la nostalgia que traslada directamente desde la película en la que se basa (canciones incluidas). Poco, muy poco más. Tiene ritmo y no se hace pesada, lo cual también es algo a su favor.

La verdad es que es una adaptación bastante complicada que sale airosa por los pelos. La indefinición de lo que pretende ser no ayuda: vemos una película ligeramente oscura en cuanto a ambientes, pero luego es bastante ingenua e infantil en cuanto a historia y personajes. Resulta confusa y desaprovecha la oportunidad de decantarse por una cosa o por la otra, lo que seguramente le hubiera ayudado a ser un film más redondo y enfocado hacia su objetivo (artístico, el económico lo ha cumplido con creces).

Sinceramente, es un film que no me dice nada y que solo me hizo querer volver a ver la película de animación. Al final, una simple excusa de Disney para sacar dinero de sus viejos éxitos. Y le funciona.

Álvaro López Martín

domingo, 30 de abril de 2017

Bajo la lluvia

Bajo la lluvia se perdieron sus lágrimas, sus abrazos y sus sonrisas; sus reproches y sus mentiras. Bajo la lluvia se diluyeron sus suspiros de hastío, sus impulsos y sus temores.

Bajo la lluvia perdió el miedo a perderle, el miedo a perderlo todo. O lo que ella creía que era "todo". Bajo esa lluvia se dio cuenta de que, después de la tormenta, el sol vuelve a lucir. Luminoso y resplandeciente, te señala los muchos caminos que aún quedan por descubrir, las muchas posibilidades que te ofrece la vida más allá de lo que conoces.

Bajo la lluvia nada parecía tan importante. Él no parecía tan fuerte, el miedo parecía menos miedo, el agua parecía aclarar las hojas de los árboles y las ideas.

Bajo la lluvia las lágrimas podían desaparecer, los charcos podían salvarse. Y es que, tras esta lluvia, el cielo puede ser más azul que nunca.

Álvaro López Martín