Recopilación de los microcuentos que he escrito en Twitter a lo largo de 2018. Aquí todos los del mes de abril.
Abrió la puerta y vio ese gran vacío, ese abismo que no dejaba avanzar. Detrás de esa puerta había infinitas posibilidades, pero solo veía una: caer. Tenía que mirar un poco más allá, dentro de su corazón, y saber que todo vacío tenía un puente para cruzar. Y seguir.
Enredados entre las sábanas, entre cabellos revueltos y manos entrelazadas, entre abrazos que no tenían principio ni final, dentro de su alma y fuera de sí. En ese lugar en el que solo existía el instinto de la verdad, dos eran uno, y uno más uno era todo.
Mintió. No sentía cuando decía que amaba. Borraba su sonrisa cuando cerraba la puerta. Decía lo que no pensaba y pensaba lo que no decía. Construía recuerdos que necesitaba olvidar enseguida. Vivía una mentira para satisfacer su propio egoísmo. No sabía sentir.
Perseguía el tiempo que había dejado escapar, que jamás recuperaría. Miraba atrás añorando lo que quedó, y no hacia adelante para construir nuevos recuerdos. Hasta ver que no tenía nada más que el silencio de un corazón que había dejado de latir hace mucho tiempo.
Y si no existiera ese miedo, ¿qué sería de nosotros? Ese miedo a caer, ese miedo que despierta nuestros ojos y abre nuestra mente. Qué seríamos sin miedo sino meras marionetas sin hilos. Tenemos miedo porque si no lo tuviéramos, la muerte lo tendría muy fácil.
En esos días en los que no había preocupaciones, en los que nos sentábamos en un banco del parque y hablábamos durante horas de todo y de nada, había algo de especial en tu mirada. Era la mirada de alguien que no temía al futuro.
Los colores del amanecer a través de las rendijas de la persiana se posaban en su rostro iluminando su belleza, esa que nadie más podía ver. En su cabello revuelto posado sobre la almohada, en la sonrisa que provocaban sus sueños. Era la luz del alma que compartían.
Tu piel es un mapa de las cicatrices que dejó el tiempo. Podrás borrar los recuerdos, pero no las heridas que dejaron. Sin embargo, tu piel lleva el rastro del dolor superado, la muestra de que llegaste hasta aquí más fuerte. Sobreviviste. Y ahora nada te detendrá.
Nada más que silencio. Oscuro, vacío y aterrador silencio. Cuando necesitaba una palabra, silencio. Cuando la soledad le asfixiaba, silencio. Cuando todo iba mal, silencio. Nada más que silencio. Atronador, triste y solitario silencio.
El futuro era eso que esperábamos que nos diera nuestros sueños. Era ese objetivo que algún día alcanzaríamos, en el que seríamos libres de hacer y decir lo que quisiéramos. Pero el futuro se convirtió en presente y nos hizo esclavos de nosotros mismos.
Quizá nunca lo reconocería, pero le hacía falta. Le hacía falta su sonrisa por la mañana. Le hacía falta el sabor de sus labios. Le hacía falta el aroma de su cabello tras cada abrazo interminable. Le hacía falta para no caer en sus miedos. Le hacía mucha falta.
Y despertar después de soñar un futuro contigo. Y caminar como un equilibrista a mil metros de altura. Y desear perderme en aquel rincón que una vez nos prometimos visitar juntos. Y despertar después de una pesadilla que parecía nunca tener fin…
Miramos el mundo como si fuera nuestro. Tratamos la vida como si nos perteneciera, nos levantamos cada mañana como si fuera a ocurrir siempre. Miramos las estrellas como si las pudiéramos alcanzar. Pero todo empieza y termina aquí.
No era lo mismo querer que amar. Él quería que siguieran juntos, ella quería amarle siempre. Él amaba su tiempo, ella quería pasar con él todo su tiempo. Él quería querer, ella le amaba de corazón. Por eso ella se fue con quien la amara y él se quedó solo sin querer.
Ya solo quedaban las fotografías en blanco y negro de algo que hace mucho tiempo que pasó. Había desteñido el color y los recuerdos de lo que un día fue todo y ahora ya no era nada. Frío gris, blanco y negro en la memoria de lo que fuimos y ya nunca más seremos.
La única verdad estaba en esos dos corazones fundidos en un abrazo eterno, en ese beso deseado en la distancia, en la primera mirada que descubría todos sus miedos y temores. La única, sencilla, sincera y auténtica verdad estaba en un silencio compartido.
Había un lugar insospechado en su corazón que aún quería volver a abrir. Ese corazón roto, herido, despreciado mucho tiempo. Ese corazón quería seguir latiendo, pero le daba miedo que lo volvieran a pisotear. ¿Y qué importaba, si un corazón muerto no servía de nada?
En un mundo que exige perfección, la imperfección es un bien añorado por algunos, anhelado por otros. Lo imperfecto que rompe la rutina, que rompe con toda esa gente que pretende ser igual, que pretende seguir una moda, que quiere ser "normal". Qué lujo no serlo.
Hubo un tiempo en el que solo veíamos oscuridad. No encontrábamos la luz que alumbrara nuestro camino, la luz de la esperanza hacia un destino cierto, hacia la salida. Pero un día, en el abismo, nos tomamos de la mano a punto de caer. Nos salvamos. Ahora es historia.
Con una simple sonrisa podía derribar todos sus muros. Una sonrisa que transmitía esa verdad tan necesaria en un mundo de mentira. Y entre tanta hipocresía estabas tú, entre toda la gente vacía, solo tú, con esa sonrisa sincera, llena de buenos propósitos.
Siempre hubo sueños. Sueños de libertad y de liberación, sueños que parecían inalcanzables. Sin un objetivo, sin una motivación, no se podía caminar. Siempre hubo sueños por cumplir, porque si no los hubiera habido el mundo sería mucho más pequeño.
Entre querer y no querer está el miedo. El miedo a volver a tropezar, el miedo a volver a perder. Entre querer y no querer hay una distancia insalvable, un lugar común al que no volver. Pero a veces no se puede evitar querer, aunque te aboque al precipicio.
Y al final, un nuevo camino, muchos nuevos destinos, todo por aprender. No sabía cómo ni dónde, ni siquiera por qué, pero sabía que, en algún lugar, le esperaba eso que había deseado tanto. Cerrar una etapa era empezar otra nueva. Una nueva ilusión.
Buscó en su mirada los restos del naufragio, allí donde habitaba su tristeza. Le ofreció un pañuelo para secar sus lágrimas y olvidar aquello que le había hecho daño. Ahora todo era distinto. La esperanza de que todo iba a ser mejor era más fuerte que el miedo.
Sin respirar, todo era un silencio solo roto por la ansiedad del primer beso. Retiró su cabello delicadamente. Acarició su mejilla. Separaron sus labios, miró su boca. Se miraron a los ojos. Entonces supieron que lo que sentían no era casualidad.
La distancia se hizo corta y el amor, eterno. Entre aviones y aeropuertos, en cada espera interminable, en cada maleta y en cada pasajero anónimo. El tiempo se agotó. Ya no había destino ni final, solo la esperanza de que el viaje terminara, por fin, en algún lugar.
Fue libre mientras nadie amenazó su pensamiento. Fue libre dentro de sí misma, libre de prejuicios, manipulaciones y mentiras. Fue libre de una sociedad corrompida por su egoísmo y falta de identidad. A contracorriente fue libre… hasta que tropezó con la multitud.
Tomaron sus manos, imperfectos y heridos, pero amando al otro. Rozaron su piel, como un manto de seda que alguna vez se creyó áspero. Se observaron, se sintieron, se desearon cuando creían no tener derecho a hacerlo. Y nunca más se separaron.